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Desde la Dirección

En el Iner seguimos

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Junio de 2020.

Sin duda el 2020 será recordado por la gran ruptura societal ocasionada por la irrupción de la COVID-19 a escala planetaria, según afirman algunos la primera pandemia del siglo –con lo que avizoran la sucesión de otras-, o, al decir de otros, una pandemia de grandes efectos mediáticos precedida por otras que pasaron inadvertidas –sin tanta prensa- en años precedentes. Lo que parece común en estas posturas diversas, es la consciencia compartida de que la pandemia COVID-19 generó una ruptura inédita de las relaciones sociales, políticas, culturales, económicas y ambientales, particularmente por su capacidad de detener –o desacelerar- las prácticas de producción y consumo propias de las sociedades capitalistas contemporáneas.

Con la salud pública y el bienestar como principios garantes de la vida, fuimos llamados al «distanciamiento y al confinamiento», dos prácticas soportadas en la evidencia científica para la contención del contagio pero que tienen profundos impactos económicos y que, para una sociedad como la nuestra, acostumbrada al contacto, al jolgorio colectivo y al intercambio de ideas y expresiones cara a cara, tienen también profundos impactos sociales, políticos y culturales. De súbito nos vimos forzados al encierro y, con ello, nos vimos enfrentados a la insuficiencia de nuestras capacidades para trabajar, producir, estudiar, intercambiar, transmitir, recibir u otorgar, sin el contacto físico y la presencia de nuestros interlocutores. Muchos verbos de nuestra memoria se fueron viendo truncados, mientras asistimos a la emergencia paulatina de otros –conectar, enlazar, cuidar, distanciar, desinfectar, (video)llamar, reunir(se)-. Nuestros ritmos y rutinas cotidianas se alteraron, con stress y miedo inusitado ante el riesgo del contagio, pero también con la incertidumbre provocada por los desafíos económicos de la pandemia.

Al Iner llegó tempranamente la oportuna medida de cierre del campus tomada por la Rectoría de la Universidad como forma de prevención del contagio y desde entonces emprendimos el «trabajo desde casa» y no retornamos más al campus. Ya no tomaríamos el primer café de la mañana en la oficina dijimos, mientras nos preguntábamos con preocupación compartida qué sería de nuestras matas sin quien las riegue y las ponga al sol. Dejábamos el campus, momentáneamente al parecer, pero con el paso de los días fuimos haciendo consciencia de que no estábamos frente a una «contingencia», sino más bien ante una nueva condición desafiante para la educación superior pública y para la investigación académica y la producción de nuevo conocimiento. En consecuencia, para protegernos mutuamente durante el «aislamiento y el confinamiento» decretado por el Gobierno Nacional, como colectivo Iner partimos de nuestra memoria institucional de lo que hemos sido como comunidad académica y de las fortalezas que ello representa en momentos en los que la unidad, la confianza y el reconocimiento mutuo son esenciales para comprender las realidades emergentes y retadoras que ha traído la pandemia.

Nos esmeramos en mantener el diálogo entre estudiantes, profesores, empleados e investigadores, aportando desde nuestra experticia al adecuado desempeño administrativo y académico del Instituto; avivamos el contacto con comunidades e instituciones en los territorios con recurso a tecnologías digitales; incrementamos el trabajo curricular reflexivo para la mejor comprensión de los cambios pedagógicos en la necesaria virtualidad; acercamos nuestros estudiantes a las ofertas de ayuda provistas por Bienestar Universitario y, en perspectiva, emprendimos una labor de adecuación, acomodo e invención creativa de modos de seguir adelante en la tarea que nos compete: la producción de conocimiento social y territorialmente pertinente.

¡Somos Iner! Seguimos…

Vladimir Montoya Arango

Profesor titular Universidad de Antioquia

Director Iner

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