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Apuntando al corazón 

Para sembrar terror se necesita corazón

 

Por:  Gonzalo Medina P.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

“¿Qué hubo? Qué bueno hablar con usted en noches así. Es que sonrisas como la suya lo hacen sentir a uno muy bien. Me enteré de que le aprobaron el crédito para la tiendita. Eso va a ser un éxito en el barrio. Va a ver. ¿Y quiere que le diga algo? A pesar de que no lo conozco, estoy dispuesto a dar la vida por usted”.

 

Esto lo dice un soldado sin nombre en medio de la oscuridad de la selva, como parte de uno de los múltiples mensajes protagonizados por modestos combatientes del ejército y dirigidos a otros modestos y anónimos ciudadanos de cualquier lugar del país. Se trata de la campaña denominada “Los héroes en Colombia sí existen”, cuyo eslogan es “Fe en la causa”, con pretensiones de constituirse en lo que en publicidad se denomina imagen de marca, cuyo propósito es transformar la imagen que el común de los colombianos, e incluso el de los extranjeros, ha tenido de las fuerzas armadas de nuestro país.

 

 

El cerebro que está detrás de esta mercadotecnia publicitaria es Germán Zúñiga, el director creativo de la empresa Young & Rubicam Colombia. Zúñiga se declara orgulloso de haber creado “la mejor marca del mundo. El Ejército ha tenido unas comunicaciones muy básicas, muy precarias, cero sexis y cero llamativas. Nada frescas. El lado que más me importaba era el humano, sacar lo mejor del corazón de los soldados”.

 

Si nos adentramos en la intimidad de los testimonios de algunos militares o exmilitares que participan en el documental, podemos destacar cómo para ellos se trata de justificar una guerra que después de sesenta años se ha convertido en una forma de vida o en un fin en sí: “Somos una organización militar de doctrina estadounidense y allá es muy fuerte el tema de las operaciones psicológicas en los asuntos civiles. Logramos que el mando entendiera que una cosa es hacer propaganda y otra influenciar mentes y poblaciones. También nos dimos cuenta de que es necesario impactar a través de la televisión, sobre todo por el papel que juega en las grandes ciudades, donde se toman las decisiones y donde hay una gran masa de población colombiana que también debe entender la naturaleza del conflicto y de sus fuerzas vitales”, declara ante la cámara el coronel José Obdulio Espejo.

 

 

En este punto debemos reconocer un fenómeno creciente en el mundo: la concentración del poder de los medios masivos de comunicación, poder que comprende no solo el aspecto económico sino también el político, tal como lo asevera Ignacio Ramonet 1. y dicho poder económico no se agota solo en el ámbito de los medios sino que se prolonga hasta otros espacios de la producción —finanzas, comercio, industria, servicios, entre otros—, razón por la cual la propiedad sobre los medios masivos entra a cumplir funciones articuladas a las necesidades de la organización en su conjunto. Producto, pues, del protagonismo ganado por los medios, estos han pasado a tener un poder tan especial en el comportamiento de la democracia que por ello ya se habla de democracia mediática.

 

 

Es importante indicar, en primer lugar, que la democracia mediática es una “democracia sin ciudadanos” y que el crecimiento del papel de los medios de comunicación es inversamente proporcional al de los partidos políticos y al de los ciudadanos. Es claro que el peso de las campañas electorales, y en general de toda la política, descansa sobre los medios de comunicación. Esa institución fundamental de la Modernidad, como han sido los partidos políticos, ha perdido presencia debido al auge protagónico del poder adquirido por los medios masivos de comunicación. En lugar de la figura tradicional del partido político, apareció el jefe o cacique con todo y su mercado de ofertas y promesas a los potenciales electores a cambio de la entrega de sus sufragios.

 

En medio de este contexto y de estos presupuestos conceptuales de comunicación y política, es como el régimen uribista apuntó al centro del corazón del común de los colombianos

 

1.Ignacio Ramonet, La tiranía de la comunicación, Madrid, Debate, 1998, p. 32.

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